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Masones de la Historia

Bernardino Rivadavia (1780-1845)
Estadista unitario que trató de desarrollar e institucionalizar la nueva nación argentina de acuerdo con las ideologías europeas liberales de principios del siglo XIX; fue el primer presidente nacional (1826-1827). Nació en Buenos Aires de padres españoles; estudió en el Real Colegio de San Carlos; se casó con la hija del virrey Joaquín del Pino.
Luchó como oficial en la compañía de voluntarios de Galicia contra la invasión inglesa; intervino en la Revolución de Mayo; durante el período siguiente, apoyó las ideas liberales de Mariano Moreno contra las más conservadoras de los partidarios de Cornelio Saavedra; después de la revolución del 5-6 de abril de 1811, en la que estos últimos obtuvieron el dominio del gobierno patrio, Rivadavia fue enviado en misión diplomática a Europa, para pedir ayuda para la independencia argentina; regresó a tiempo para ser nombrado secretario de Guerra del Primer Triunvirato; influyó en la promulgación del estatuto que liberaba al poder ejecutivo del Triunvirato de la autoridad de la Junta Conservadora en la que estaban representados los delegados provinciales; en este demostró su compromiso con el gobierno centralizado y la dominación porteña que caracterizarían sus futuras políticas y las de los unitarios y que trajo la inmediata oposición de los federales y las provincias que resultó en las guerras civiles.

Fundó el Museo de Historia Nacional y una escuela secundaria para varones.
Sofocó con firmeza la rebelión de los patricios (Rebelión de las Trenzas) y la de Martín de Alzaga; en 1814, el director supremo don Gervasio Posadas envió a él y a Manuel Belgrano a Europa para pedir ayuda para lograr la independencia de las colonias, posiblemente con protección británica; se vieron involucrados en el proyecto fallido de Manuel de Sarratea para establecer la monarquía independiente de las Provincias Unidas, con Francisco de Paula en el trono; pasó varios años en Londres y viajando por Europa, que se estaba reconstruyendo luego de la derrota de Napoleón en Waterloo; regresó a Buenos Aires, convencido de que Europa no ayudaría a las colonias españolas contra los firmes esfuerzos de Fernando VII por recuperarlas.
Fue el ministro predominante en el gabinete de Martín Rodríguez en 1821; estaba resuelto a asegurar el reconocimiento internacional de la independencia argentina, a ubicar a la nación que acababa de surgir de la anarquía (1820) bajo un gobierno constitucional fuertemente centralizado y a institucionalizar y desarrollar su vida política, económica, social y cultural de acuerdo con los modelos y las ideologías de la Europa contemporánea. En los siguientes seis años, obtuvo estos logros: comenzó con una amplia ley de amnistía que permitía el regreso de los exiliados políticos argentinos; aseguró el reconocimiento de la independencia argentina por muchas naciones tales como Portugal, Brasil, Estados Unidos y Gran Bretaña y firmó el tratado de amistad, comercio y navegación con la última; abolió el Cabildo de Buenos Aires como fuente de disturbios políticos a causa de su reciente complicación en los asuntos nacionales; definió los límites de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; convocó un Congreso Nacional Constituyente (1824) que lo eligió presidente de la Nación en 1826 y elaboró la Constitución de ese mismo año.
Con la nueva relación entre el gobierno y la Iglesia aún inestable y la disciplina eclesiástica relajada introdujo una serie de reformas en esa materia que apuntaban a una mayor secularización, incluyendo la abolición de los fueros especiales, de los diezmos y otras contribuciones a la Iglesia; los cementerios pasaron a la jurisdicción civil; creó la Sociedad de beneficencia tomando como modelo la Junta de las Damas de Madrid y secularizó las órdenes monásticas; recibió la ayuda de otros liberales como Manuel García, Cosme Argerich, Manuel Moreno y el aporte financiero de los Anchorena, Lezica, Sáenz Valiente, McKinlay y otras familias poderosas y ricas, tanto criollas como británicas; disponiendo del capital británico, ahora que reinaba la paz y el orden, se dedicó a fortalecer el crédito argentino y a desarrollar y diversificar su economía.
En 1822, declaró la autoridad del Estado sobre las transacciones de propiedad privada y tierras públicas; implantó el sistema de enfiteusis de distribución y uso de la tierra; creó el Banco Nacional que gestionaría el préstamo de la Baring Brothers; estimuló la agricultura, la minería, las operaciones bancarias, la cría de ovejas y el comercio; utilizó los préstamos para el programa de obras públicas, en especial para modernizar la ciudad de Buenos Aries; inició la construcción del puerto en Ensenada; mientras tanto, había fundado la Universidad de Buenos Aires y estimuló la enseñanza de las nuevas doctrinas económicas y filosóficas en el Colegio de San Carlos; para acelerar todos los procesos de cambio, trajo a tantos expertos europeos (generalmente contratados) como le fue posible, desde técnicos hasta profesores; alentaba la esperanza de organizar colonias agrícolas para ocupar las tierras vacías y compró barcos para el comercio fluvial.

Durante el período de su presidencia (1826-1827) también hizo frente a la guerra con el Brasil, provocada por las rivalidades en el Uruguay; aunque muchos veteranos de la guerra de la independencia estaban dispuestos a luchar, la guerra fue poco popular y Rivadavia envió a Manuel José García para que negociara la paz; este último se excedió en sus instrucciones y comprometió la posición argentina causando graves problemas a Rivadavia, quien inmediatamente repudió la acción de García; para ese entonces, Rivadavia había acumulado mucha oposición y hasta odios; personalmente, nunca había gozado de popularidad y había enfrentado a líderes como José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón por cuestiones personales; muchos unitarios de las provincias no estaban de acuerdo con su insistencia en el predominio de Buenos Aires y los federales se oponían a esto y a la centralización del gobierno por la Constitución de 1826, que fue firmada pero no ratificada; los católicos se sintieron agraviados por su política religiosa; Tucumán, a las órdenes de Facundo Quiroga, ya había reaccionado y, bajo el lema de "Religión o Muerte", había vencido a las fuerzas pro Rivadavia en Catamarca, San Juan y Santiago del Estero; en 1827, la provincia de Buenos Aires se enardeció por la federalización de la ciudad de Buenos Aires que provocó que aquélla perdiera la capital y el dominio del puerto nacional.
Finalmente en julio de 1827, Rivadavia renunció como presidente y se retiró a su finca en el campo y luego en 1829, alejado definitivamente de la política, partió hacia España; intentó regresar en 1834 pero no le permitieron desembarcar (es bastante irónico que su único defensor en ese momento fuera Quiroga); luego de una breve estadía en Uruguay y una más prolongada en Río de Janeiro, se trasladó a Cádiz, España, donde vivió modestamente y murió en la pobreza; en 1857, sus restos fueron traídos a Buenos Aires y enterrados el 4 de septiembre en el cementerio de la Recoleta con gran ceremonia, en la que participaron Mitre, Sarmiento y Mármol; en 1932 se trasladaron sus cenizas a un mausoleo construido en su honor en la plaza Once de Septiembre (antes llamada Miserere) en Buenos Aires.
La evaluación de la contribución de Rivadavia al desarrollo argentino es un tema aún polémico entre los historiadores como lo fue entre sus contemporáneos; los argentinos unitarios y liberales, como otros estudiosos occidentales, lo consideran una persona con visión, un arquitecto de la nación, aduciendo que la República Argentina se desarrolló sobre los lineamientos proyectados por Rivadavia y que Buenos Aires se federalizó y se convirtió en una ciudad dominante en todos los aspectos de la vida nacional; los federales, los nacionalistas y otros afirman que gran parte de la agonía política argentina del siglo XIX se debe atribuir a la indiferencia de Rivadavia frente a las realidades políticas y culturales y a su determinación de destruir o distorsionar su identidad nacional y convertida en una copia de los modelos europeos y que, sólo décadas después, cuando la Argentina creó su propia organización política nacional y la tecnología moderna unió la nación e hizo posible la explotación de la nueva tierra y de los recursos mineros, la Argentina pudo adoptar con comodidad esos elementos extranjeros que quería usar; de cualquier forma, Rivadavia soñó y trabajó para engrandecer su país y actualmente sus compatriotas lo honran con admiración.


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Leandro N. Alem (1842-1896)
Nació en Buenos Aires, la ejecución de su padre como miembro de la Mazorca en 1853 (probablemente fue testigo) lo influyó profundamente.
El mayor líder político (radical) de las dos últimas décadas del siglo pasado.
Pese a que la UCR que Alem había conducido estaba compuesta por diversos elementos, representaba el elemento popular tradicional del nuevo movimiento.
En su persona confluían el federalismo y el populismo de principios y mediados del siglo XIX con las reformas de Hipólito Yrigoyen (su sobrino y discípulo político) y las de Juan Domingo Perón en este siglo.

Se dedicó a los estudios de derecho y a la redacción de poesías, uno de cuyos versos puede servir como divisa de su vida: "Yo no doblego mi cabeza en la batalla".
En 1859 combatió en Cepeda y luego en Pavón en pos de la unidad nacional; prestó servicios durante toda la Guerra del Paraguay.
Regresó a Buenos Aires para terminar sus estudios de abogacía y dedicarse a la actividad pública. En 1871 fue elegido diputado de la legislatura provincial de Buenos Aires.
En 1874 pasó a ser diputado nacional. Se opuso tenazmente a la política conciliatoria de Avellaneda. En la Cámara Nacional de Diputados objetó elocuentemente la federalización de Buenos Aires sobre la base de que la jerarquía provincial reemplazaría a la porteña sin ningún beneficio para la representación popular.

Cuando la ley fue aprobada renunció a su cargo y se retiró a la vida privada.
Se convirtió en líder intelectual y guía político del grupo de descontentos que buscaban cambios en la política y una mayor participación en el proceso gubernamental de la década de 1880.
En 1877 formó, con su amigo Aristóbulo del Valle, el Partido Republicano.
En 1889, durante los confusos momentos de la crisis política y económica que enfrentaba el país, organizó la Unión Cívica de la Juventud, de la cual surgió la Unión Cívica Radical.

Alem fue uno de los caudillos de la revolución de julio de 1890 que provocó la renuncia del presidente, Juárez Celman.
Fue electo senador nacional. Opuesto a Pellegrini, fomento y apoyo revoluciones provinciales contra el gobierno.
Leandro Alem se suicidó el 10 de julio de 1896, dejando una carta a sus colaboradores en la que atribuía su acción a la traición de su partido.


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Enrique Muiño (1881-1956)

Actor, una de las figuras más destacadas en los inicios y la evolución del teatro y del cine argentinos. Debutó profesionalmente en 1898, en la compañía de Jerónimo Podestá y, tiempo después, formó un dúo creativo con el director Elías Alippi. Son muy recordadas sus participaciones en películas como “Su mejor alumno”, “La guerra gaucha” y “Pampa bárbara”, entre otras.

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Ernesto De La Carcova (1866-1927)
Fue sin dudas uno de los más destacados pintores de la llamada Generación del Ochenta, durante los últimos años del siglo XlX y los primeros del siguiente. Por entonces estaba naciendo la Argentina moderna merced a la transformación social y económica mas profunda de su historia. Ello provocó una serie de transformaciones positivas pero también agudos problemas sociales, que fueron severamente denunciados y combatidos por los iniciadores de los movimientos anarquista y socialista.

La pintura del país dio su primer paso hacia el desarrollo de un arte social con los lienzos “La sopa de los pobres” (1884) de Reinaldo Giudici, premiado en Berlín, “El despertar de la criada” (1887) de Eduardo Sívori y “Sin pan y sin trabajo” (1894) de De la Cárcova, atesorado en el Museo Nacional de Bellas Artes. Esta obra constituyó una vibrante reacción contra el academicismo no sólo por su tema, patético e impresionante, sino también por la técnica de modelar mediante el color, impecablemente aplacada por el artista. Dos décadas mas tarde, hacia el final de su ciclo creativo, De la Cárcova comenzó a utilizar una viva luminosidad, que aclaró mucho su paleta y anunció el impresionismo a la argentina que habría de florecer en el país durante el período subsiguiente.

Nuestro pintor inició sus estudios (1885) en la Sociedad “Estímulo” de Bellas Artes y posteriormente viajó a Italia, donde en 1891 una obra suya expuesta en Turín fue adquirida por la casa real. De regreso en su Buenos aires natal (1893), obtuvo un alto galardón con su mencionada tela del 94 y posteriormente, sin abandonar su obra creativa, se dedicó intensa y fecundamente a la enseñanza. Fundador y primer director tanto de la Escuela superior de Bellas Artes que hoy lleva su nombre como de la Academia Nacional de Bellas Artes, formó numerosos discípulos, algunos de los cuales llegaron a las máximas cumbres de la plástica como Carlos Miguel Victorica, Cesáreo B. De Quirós, Carlos Ripamonte y otros.

Al lauro ya mencionado se le sumaron, entro otros, el Premio de Honor en la Exposición Internacional de Saint Lois, USA(1904); la medalla de oro en la Exposición del Centenario realizada en Buenos Aires (1910); el Primer premio Adquisición en el Salón Nacional (1914); la medalla de plata para artistas extranjeros en Paría (1916). La Presidencia de Francia le otorgó la Legión de Honor en el grado de Caballero y posteriormente en el de Oficial.


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Pedro Benoit (1836 - 1897) Responsable del Trazado de la ciudad
Nació en Buenos Aires en el barrio de San Telmo, hijo del Arq. Pierre Benoit y de Maria Josefa de las Mercedes Leyes. A él se debe la creación de la Escuela Santa Catalina donde se formaron los primeros agrimensores argentinos, las obras de rectificación y canalización del Riachuelo y el trazado de la ciudad de La Plata, cuya perfección geométrica elogiaron los más grandes urbanistas del mundo. También fueron suyos los planos de la Catedral platense y los trazados de los ejidos de Quilmes, San Pedro, Mercedes y Magdalena, entre otros. Además proyectó y dirigió en La Plata la construcción del edificio del Ministerio de Hacienda, el Departamento de Policía, el Hospital Melchor Romero, el Observatorio Astronómico y la Iglesia San Ponciano.


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Juan Crisostomo Lafinur
Educador y filósofo
Lafinur Nació en el Valle de Carolina (San Luis) el 27 de noviembre de 1.797.
Murió en Santiago (Chile) el 13 de agosto de 1.824.
En agosto de 1.824, un accidente puso fin a la vida de Juan Lafinur.
Tenía tan sólo 26 años. Sin embargo, a pesar de su juventud, Lafinur tuvo tiempo de convertirse en uno de los primeros docentes que tuvo nuestro país (el primero en enseñar filosofía como una disciplina separada de la religión), y de ganarse un lugar como polemista y promotor de un nuevo paradigma para la educación en el país.
Educado en Córdoba, en el Colegio de Monserrat y la en la Universidad de esa ciudad, Lafinur obtuvo diplomas de bachiller, licenciado y maestro de artes.
Sin embargo, por su carácter vehemente y por su prédica liberal, fue expulsado de la Universidad en 1.814, lo que lo obligó a marchar a Tucumán.
Allí conoció a Belgrano y se incorporó al Ejército del Norte. Como era norma para los cadetes de aquella fuerza, Lafinur ingresó en la Academia de Matemáticas que Belgrano había abierto en la provincia norteña.
En la carrera de las armas, alcanzó el grado de Teniente, antes de retirarse en 1.817.
En 1.818, Lafinur se encuentra en Buenos Aires. Allí integra la Sociedad de Fomento del Buen Gusto en el teatro, y escribe numerosas composiciones musicales.
Además, realiza artículos periodísticos para El Censor, El Curioso y El Americano.
En 1.919, durante el gobierno del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, accede a la Cátedra de Filosofía en el Colegio de la Unión, donde permanecerá hasta 1920.
En sus manos y por primera vez, el curso de filosofía no se dictará en latín, ni tendrá un sesgo notoriamente religioso.
No fue un curso organizado ni riguroso, porque no era así su titular: en él se mezclaban elementos del escolasticismo (especialmente en cuanto a lógica y metafísica) y de la Ideología (Condillac, Cabanis, etc.) en una amalgama que carecía de toda sistematicidad, pero que, según Gutiérrez, "pasa revista a toda la antigüedad, y encarándose con Aristóteles, le arrebata el cetro del mundo literario por la mano de Gassendi, de Galileo, de Descartes, y especialmente de Newton, de cuyo sistema dice que es el dominante en todas las academias científicas del mundo".
Lafinur abría así nuevos rumbos en la enseñanza de la filosofía. "Ante de él los profesores de filosofía vestían sotana -explica Gutiérrez-; él, con traje de simple particular y de hombre de mundo, secularizó el aula primero y enseguida los fundamentos de la enseñanza. "De estas clases nació la única obra de carácter filosófico que escribió Lafinur: el Curso filosófico.
Pronto aparecieron religiosos y otros estudiosos que se opusieron al curso y a sus contenidos. Pero, lejos de amilanarse, Lafinur contestó con varios discursos, como el titulado las ciencias no han corrompido las costumbres ni empeorado al hombre.
En poco tiempo, los enojos se transformaron en violentas protestas, y debió renunciar.
Sin embargo, no cejó en su lucha. Se incorporó a la Sociedad Secreta Valeper y desde allí bregó con entusiasmo por la transformación de la educación nacional y la secularización de los estudios.
Más tarde, marchó a San Luis y a Mendoza.
Allí fue contratado para dar clases de filosofía y elocuencia en el Colegio de la Santísima Trinidad, además de llevar adelante los cursos de francés, economía, literatura y música. También llegó a ser vicepresidente de la Sociedad Lancasteriana, de apoyo a la educación popular, y a dirigir la Gaceta Ministerial.
En la ciudad cuyana, Lafinur redobló su lucha en pos de la reforma de la enseñanza.
Con sus grandes dotes de polemista, y sin distinguir jerarquías ni títulos a la hora de crearse enemigos, rapidamente se generó una corriente de opinión muy fuerte en su contra.
Así, en 1.822, el cabildo mendocino lo exhoneró.
Lafinur protestó y la decisión fue revisada. Pero la sangre había llegado ya al río, y fue tal el alboroto que produjo que la legislatura amenazó con autodisolverse si Lafinur no era retirado del colegio.
Temible, negó la renuncia y contraatacó con encendidos discursos, aunque finalmente debió escapar de la ciudad a riesgo de ser encarcelado.
Entonces, se trasladó a Chile, donde arribó con su fama de polemista y famoso filósofo.
En Santiago, Lafinur estudió derecho civil en la Universidad de San Felipe, y abrió una oficina de abogado.
Escribió en El Mercurio, en El Liberal, en El Tizón Republicano, en El Observador Chileno y El Despertador Argentino, y publicó algunas obras de carácter histórico, como canto elegíaco a la muerte de Belgrano, Oda a la jornada de Maipo, Oda a la libertad de Lima, etc.
El 13 de agosto, mientras montaba, su caballo rodó y sufrió graves heridas que le ocasionaron la muerte.


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Al doctor José Penna la muerte lo sorprendió, en marzo de 1919, durante una visita médica domiciliaria a una de sus pacientes. Luego de una trayectoria de investigación y trabajo, el sanitarista murió trabajando en la que fue su pasión: la atención médica, que nunca había abandonado. Penna nació en Buenos Aires el 5 de abril de 1855, aunque algunos historiadores y biógrafos -entre ellos la doctora Teresa Merino- lo dan por nacido el 7 del mismo mes y año, pero en Bahía Blanca. No hay dato fehaciente de que haya nacido en nuestra ciudad. José Penna pidió ser cremado y que sus restos fueran encerrados en un modesto ataúd de pino, semejante a los que se utilizan para difuntos anónimos. Y la extraña orden se cumplió al pie de la letra.


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Dr. Ignacio Pirovano
Nació el 23 de agosto de 1844, en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Belgrano.
De escasos recursos económicos, antes de graduarse trabajó en una farmacia y como farmacéutico en el Hospital General de Hombres.
Si se trata de forjar la imagen del Pirovano médico, se presenta la figura de un hombre soberbio, seguro de sí­ mismo, reservado al lado del paciente, bondadoso, dulce en su trato. Distinto es el Pirovano adolescente quien, según relata Wilde en "Tiempo perdido", era un pilluelo que aterrorizaba a los vecinos del barrio de Belgrano y a quien, luego, sus compañeros de facultad reconocí­an como brillante alumno. Además, por su costumbre de gastar bromas pesadas, era un honor contarlo como "asesor" en el conocido como "comité de mortificación pública". Estas "habilidades" de Pirovano están gráficamente descriptas en el cuento de Manucho Mujica Láinez que se transcribe más abajo.
Su bisabuelo y abuelo eran médicos en el viejo continente; su padre era italiano y emigró hacia la Argentina, donde sólo pudo constituir una humilde familia cuyos escasos recursos le impedí­an costear la carrera de su hijo. Dispuesto a cumplir con su vocación no vaciló en trabajar para sufragar los gastos de sus estudios.
Fue, además, practicante del célebre Dr. Francisco Javier Muñiz en la guerra contra el Paraguay, en 1865 y también en las epidemias de cólera de 1867 y de fiebre amarilla de 1871. Muñiz fue ejemplo de decenas de médicos de la época.
Una vez que obtuvo el tí­tulo de farmacéutico, y luego el de médico, se doctoró con la tesis "La herniotomí­a", en 1872, cuando contaba 28 años.
Es muy descriptivo lo que de él dijo un compañero de estudios, poco después de graduado. Dijo de él Eduardo Wilde en 1872: "Tiene todas las cualidades fí­sicas para el trabajo, y todas las aptitudes intelectuales para ser un médico notable. Es bondadoso, de carácter reservado, meditador y pacienzudo; parece muy dúctil, aunque siempre por hacer lo que le da la gana, tiene una gran facilidad para hacerse querer de sus maestros, sabe evitar que lo envidien sus condiscí­pulos..."
Habiendo obtenido ya un principio de reconocimiento y prestigio como cirujano, partió ese mismo año a Parí­s becado por el Gobierno de Buenos Aires. Conoció y frecuentó en sus lugares de trabajo a Claude Bérnard y a Louis Pasteur, y conoció a Lister, uno de los principales impulsores de las modernas medidas de asepsia para las salas y prácticas quirúrgicas. Este contacto con Lister le darí­a a Pirovano los fundamentos de los métodos antisépticos que introducirí­a en el paí­s. También participó de las sesiones quirúrgicas de Nélaton y Pean.
Regresó a Buenos Aires tres años después con el tí­tulo de Doctor de la Facultad de Medicina de Parí­s. Inmediatamente fue designado profesor titular de la cátedra de Histologí­a y Anatomí­a Patológica. Las autoridades debieron ceder ante la exigencia de que le compraran un microscopio y lo dotaran de un laboratorio adecuado. Él querí­a no impartir una enseñanza práctica, "ya que lo contrario serí­a ofender a la ciencia".
La vestimenta en el quirófano era un largo guardapolovo de mangas cortas, hábito que también usaban sus discí­pulos, supliendo así­ el anacrónico y sucio chaqué con que se operaba en la época.
Ignacio Pirovano fue el sucesor del Profesor Manuel Augusto Montes de Oca, en 1879, siendo el sexto de la serie de profesores que la ocuparon desde su creación.
Si Manuel A. Montes de Oca habí­a introducido, sin mucha convicción, la antisepsia, Pirovano fue quien perfeccionó su aplicación, la extendió al medio hospitalario y la defendió a pesar de los resultados que muchas veces distaban de lo ideal. ¿En qué consistí­a este método antiséptico? Los ambientes se preparaban con pulverizadores o vaporizadores de ácido fénico, el instrumental se sumergí­a en recipientes con igual solución y las manos de los cirujanos y las heridas operatorias se irrigaban permanentemente con solución fenicada. Las operaciones se realizaban sobre una mesa generalmente de pino, preparada especialmente en los casos extrahospitalarios, recubierta de un colchón y un impermeable, y el campo operatorio se limitaba con una sábana de goma con una ventana ovalada del tamaño adecuado en el centro.
Practicó sobre todo la cirugí­a de la cabeza y cuello y de las extremidades. El número y la calidad de discí­pulos que formó lo hacen acreedor al tí­tulo de Padre de la Cirugí­a Argentina: Alejandro Castro, Antonio Gandolfo, Enrique Bazterrica, Andrés Llobet, Juan B. Justo, Diógenes Decoud, Pascual Palma, José Molinari, Daniel J. Cranwell, Marcelino Herrera Vegas, Nicolás Repetto, Alejandro Posadas, David Prando y Avelino Gutiérrez.
Ignacio Pirovano tuvo además una gran clientela y una extensa práctica profesional. Su merecida fama hizo que centralizara todos los casos quirúrgicos de Buenos Aires y del interior del paí­s. Un porte distinguido contribuí­a a realzar su figura de médico y catedrático.
practicaba la traqueotomí­a, operación frecuente en esa época, en un solo tiempo. Convencido y seguro de su técnica, no dudó en aplicarla en un momento de suma urgencia en una paciente muy especial: su propia hija.
Pero en determinado momento desapareció de la escena. El motivo fue un cáncer de la base de la lengua que él mismo se diagnosticó, y envió las biopsias a Péau sin decir quién era el paciente. Dice que éste contestó telegráficamente: "Cáncer. Caso perdido".
Estoicamente padeció su enfermedad, y su vida se apagó en Buenos Aires, el 2 de julio de 1895, con 50 años de edad.
En sus exequias, Carlos Pellegrini dijo: " Sentimos que algo nos falta, algo así­ como el centinela armado que velaba por nuestra vida contra el ataque de enemigos invisibles, y por eso, sobre su tumba hasta el egoí­smo llora".


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Florentino Ameghino
NACIMIENTO:Casa natal
En Luján, Bs. As. Argentina el 18 de setiembre de 1854 según la mayoría de sus biógrafos y familiares, o en Moneglia, Italia, el 19 de setiembre de 1853 como sostienen algunos investigadores en base a una partida de nacimiento mostrada por la Iglesia, pero a nombre de Juan Bautista Fiorino José Ameghino. La que se cree pueda pertenecer a un hermano mayor muerto en la larga travesía desde Italia, (duró más de seis meses) ya que los familiares afirmaban que los padres de Ameghino llegaron al país sin hijos... Antonio Ameghino y María Dina Armanino aparte de Florentino tuvieron tres hijos varones: Antonio Luis, Carlos y Juan y una hija, María Luisa, todos ellos nacidos en Argentina.
INFANCIA:
Los primeros años de Ameghino tuvieron como panorama habitual las barrancosas riveras del río Luján en la campiña cercana a Bs. As. Un día paseando a las orillas del río, encuentra unos caracoles y se los muestra a su padre, preguntándole cómo es que estaban allí, el padre le contestó que los traería la corriente, Florentino no quedó conforme porque pensó que la corriente los podría traer, pero no incrustarlos en la barranca y allí empezó a elaborar sus propias teorías.
UN ADOLESCENTE PRECÓZ:
Los muchachos de su edad lo apodaron "El Loco de los huesos" por su costumbre de hurgar con pico y pala las cercanías del río Luján en busca de restos fósiles. Ameghino hizo sus primeros estudios en medio de la mayor pobreza. A los 14 años leyó las obras de Darwin y Lyell, no sólo leía en castellano e italiano, su lengua materna, sino que había aprendido francés, de la mano de su monitor de Luján, el Sr. Tapie y su maestro, el director de la Escuela Municipal Carlos D’Aste, lenguaje éste que le permitió ingresar a lo último del pensamiento científico de la época. A los 16 años fue designado preceptor en la escuela municipal de Mercedes donde luego ocupa el cargo de director. A los 20 años encuentra los restos fósiles completos de un mastodonte. Al año siguiente ya publicaba dos artículos en dos diarios locales y lograba insertar otro en el "Journal de Zoologie" revista parisina, obtenía también un premio en la primera exposición científica de Bs. As.Casa de la calle Colón y Muñiz Y presentaba en la misma dos memorias que en ese momento no fueron tenidas en cuenta y que albergaban el gérmen de su futura obra monumental. En 1878 viaja a Europa y allí exhibe su colección prehistórica y paleontológica en la Exposición Universal de París, donde fue el asombro y la admiración de los científicos más importantes de la época y obtuvo el reconocimiento que en su país le negaron. A los 23 años publicaba su primer libro: "Antigüedades indias en la Banda Oriental" . Y a los 25 tuvo una gran actuación en el Congreso de americanistas en Bruselas, luego publicó dos libros: "La formación Pampeana" y "La Antigüedad del hombre del Plata" Ameghino a los 24 años
UN LIBRERO FAMOSO
En Europa, Ameghino vendió su colección de objetos prehistóricos y fósiles a ciento veinte mil francos, con una parte de ese dinero pudo publicar "La antigüedad del hombre del Plata". Muchos fósiles de esa colección fueron adquiridos por el famoso y acaudalado paleontólogo americano Cope. A tres años de su partida, regresa consagrado por la opinión de los más distinguidos naturalistas, casado con una joven parisina Leontina Poirier y pobre y como si fuera poco, se encuentra que había sido exonerado de su cargo de director de la escuela de Mercedes por abandono del puesto. Al científico reconocido en todo el mundo, otra vez, en su país ni siquiera le conservan su puesto de trabajo. El dicho dice "nadie es profeta en su tierra" a Ameghino como a muchos grandes argentinos, el reconocimiento le llega demasiado tarde, y aún no se le rinde el homenaje que se debiera… Entonces, para no morirse de hambre, como cita Cabrera, Ameghino hubo de dedicarse al comercio: instaló en Buenos Aires, en la calle Rivadavia (*) una pequeña librería y papelería, a la que bautizó "Librería del Gliptodón" . Y en su trastienda continuó reuniendo materiales de estudio. Y "entre la venta de cuatro reales de plumas y un peso de papel" escribió su obra "Filogenia" en 1884 donde da cuenta de su adición al evolucionismo y provoca un gran revuelo en el ambiente científico argentino, Mitre redactó su bibliografía en el diario "La Nación" y la Universidad de Córdoba lo llamó a ocupar la cátedra de Zoología y poco después lo declaró doctor honoris causa. En 1884 se creó el Museo de La PlataMuseo de La Plata y su director vitalicio Francisco P. Moreno pidió al gobierno que designara a Florentino Ameghino como subdirector y secretario, y éste aportó su colección para enriquecer el departamento paleontológico del nuevo museo, y también su hermano Carlos toma el puesto de naturalista viajero y comienza sus viajes a la Patagonia donde realiza importantes descubrimientos. Pero esto no duró más de un año, ciertas diferencias y celos profesionales hicieron que Moreno exonerara a su subordinado de su puesto oficial. Ameghino que había abandonado su cátedra en Córdoba por aceptar el cargo en el Museo, queda nuevamente sin trabajo y sin dinero para sus investigaciones, otra vez tiene que recurrir a fundar una librería(**) donde por tercera vez volvió a iniciar una colección de fósiles, ya que Moreno le había prohibido la entrada al museo y no podía estudiar sus propios fósiles. Es aquí donde se destaca la labor de su hermano Carlos, el cuál viaja a los más recónditos lugares del país en las condiciones más deplorables a la búsqueda de nuevos ejemplares y datos estratigráficos para que su hermano organice y clasifique. Fue en esta época que publicó, gracias al apoyo de la Academia de Ciencias de Córdoba, su obra más importante "Contribución al conocimiento de los Mamíferos fósiles de la República Argentina" que venía acompañada de un atlas con láminas con dibujos de su propia mano. Esta obra la escribió en sólo 14 meses y le valió una medalla de oro en la exposición universal de París del año 1889. Durante ese período de alejamiento y de estrechez económica, publicó más de la tercera parte del total de sus trabajos.
Ameghino en edad madura DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL:
Al comenzar el año lectivo de 1902, la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad provincial de La Plata, "rindiéndose ante la evidencia (como cita Márquez Miranda) de la labor extraordinaria de este gran estudioso, resolvió llamarlo a su seno para confiarle la cátedra de mineralogía y geología." Poco después Joaquín V. Gonzalez, que era ministro de justicia e instrucción pública, ofreció a F. Ameghino el cargo de director del Museo Nacional de Bs. As., el cuál quedaba vacante luego de la muerte del Dr. Carlos Berg. Estas nominaciones por fin, le dieron el reconocimiento postergado. A partir de allí le llega una lluvia de nombramientos: vocal del primer consejo directivo del Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria de Bs. As., al año siguiente, catedrático titular de antropología en la Facultad de Filosofía y Letras que no acepta y en 1906 es nombrado jefe de sección y miembro del consejo académico del Museo de La Plata y también profesor de geología en la Facultad de Ciencias Naturales de esa Universidad. Cabrera describe así su cargo en el Museo Nacional: "Durante los 9 años en que lo desempeñó, ingresaron en las colecciones del Museo setenta y un mil objetos, es decir casi ocho mil al año, y se publicaron quince volúmenes de los anales, en los que colaboraron los hombres de ciencia más distinguidos de la República y no pocos de otros países."
FALLECIMIENTO Y TRANSCENDENCIA:
En el momento de su muerte, Florentino Ameghino se había convertido en un paradigma de la ciencia argentina. Murió el 6 de agosto de 1811en su domicilio de La Plata, por complicaciones resultantes de una diabetes y su resistencia a ser intervenido quirúrgicamente. Su entierro fue grandioso a pesar que el gobierno no se manifestó a la altura que correspondía, si lo hicieron las Universidades de La Plata y Bs. As y las sociedades científicas. Sus restos se depositaron en el Panteón de los Maestros, hicieron uso de la palabra eminentes personalidades de la época como E. Holmberg, Victor Mercante, J. B. Ambrosetti, José Ingenieros y otros. José Ingenieros dijo en su discurso de despedida: "Muere en él la tercera vida ejemplar de nuestra centuria, Sarmiento, inagotable catarata de energía en las gloriosas batallas de nuestra emancipación espiritual. Mitre, que alcanzó la santidad de un semidios y fue consejero de los pueblos. Ameghino, preclaro sembrador de altas verdades, cosechadas a filo de hacha en la selva infinita de la naturaleza." "Tenía que ser un sabio argentino, porque ningún otro de la superficie terrestre contiene una fauna fósil comparable a la nuestra; tenía que ser de nuestro siglo, porque antes le hubiese faltado el asidero de las doctrinas darwinistas que el sirven de fundamento. No podía ser antes de ahora, porque el clima intelectual del país no era propicio a la obra antes de que la fecundara el genio de Sarmiento; y tenía que ser Florentino Ameghino, y ningún otro hombre de su tiempo, por varias razones. ¿Qué otro argentino hemos conocido, que reuniera en tal alto grado su actitud para la observación y el análisis, su capacidad para la síntesis y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolongado durante tantos años, su desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario, pero matan al pensador?…" A los tres días de su muerte, el Ministerio de Instrucción Pública expidió un proyecto de ley pidiendo al Poder Legislativo la autorización para erigir un monumento conmemorativo de Ameghino, en el cuál citaba "Llegó de la nada a la cumbre por sus propios esfuerzos". Aunque la ley fue aprobada con unanimidad, el monumento nunca se construyó. Otro proyecto fue el presentado por Francisco P. Moreno, que era diputado nacional por ese entonces, el 23 de agosto, a pocos días de la muerte de Ameghino, pidió a la Honorable Cámara que autorizase al Poder Ejecutivo a adquirir la Biblioteca, manuscritos y colecciones para el Museo Nacional. Proyecto éste que tampoco se llevó a cabo.Busto de Florentino Ameghino El homenaje más importante que le podemos hacer es seguir sus pasos y su ejemplo: (Citando a J. Frenguelli) "…con su obra y su vida íntegramente consagrada a ideales puros, parece repetir: Que vuestra guía sea la curiosidad inextinguible de saber. Ella os indicará la ruta, pero no siempre bastará a salvaros de los escollos de que está sembrado el áspero camino. Si incurrierais en el error, no temáis a los reproches y el escarnio de los tímidos…Recordaos que la historia es benévola para quién, después de las derrotas, consigue una victoria; pero siempre condena al olvido al crítico infecundo.

 

 
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